La trama principal es sencilla.
Un hombre está reclutando un ejército de karatekas para enfrentarlos al equipo
de otro hombre y resarcirse de un suceso del pasado. Hasta ahí, nada original o
llamativo. Pero empezamos a analizar sus primeros veinte minutos y descubrimos
un montón de detalles muy locos. Para empezar, el hombre que prepara esta competición,
que denomina Olimpíadas de Karate, es un antiguo nazi que vive en un castillo
en el desierto. Su mano derecha es un enano al que conoció cuando el nazi
regentaba un circo. Sí, tal cual. El caso es que aquella primera competición de
Karate que perdió el nazi fue contra un japonés llamado Miyagi (recordemos que
se trata de una película de 1976 que terminó estrenándose en 1977, antes de Karate Kid, que es de 1984), un hombre
amante de los diamantes, y que si pierde, conseguirá un valioso diamante,
mientras que si pierde, deberá declarar a todo el planeta que hizo trampas para
ganar al nazi, quien a su vez perdió su rango en el ejército alemán durante la
Segunda Guerra Mundial.
Casi nada. En medio de todo esto se encuentra Steve Hunt, un experto en Karate que es reclutado por el nazi, aunque todo cambiará ante la megalomanía del alemán. Y tendremos una historia de amor con una compañera, acoso al enano, entrenamientos en el desierto y Karate, mucho Karate. La historia toma elementos del cine de Kung Fu clásico, con las escuelas enfrentadas, pero trasladando todo a la actualidad, bueno, a ese último trecho de los años setenta, y al Karate japonés.
El protagonista es James Ryan, un campeón de Karate
reconvertido en actor que despliega su estupenda técnica y cierto carisma, que
no supo mantener posteriormente. Se intentó además demostrar las cualidades
dramáticas de su personaje, plano en todos los aspectos, con una historia de
amor con una compañera karateka, Olga, interpretada por Charlotte Michelle.
Daba así un punto romántico, escena de sexo light
incluida, tan habituales en el cine de acción. Es una película entretenida, muy
de su época (evidentemente), y con cierto toque de cine camp, como algunos decorados recargados y ñoños o esa secuencia en
el desierto exagerada con un coche estropeado que terminará siendo descapotable
y con una vela para surcar las dunas.
Respecto al torneo, realmente
hasta el tramo final de la película no comienza, y asistimos a otro desfile de
Karate puro y duro. El primero lo vemos cuando el enano ayudante del nazi
(nunca pensé que iba a escribir una frase así), acude a reclutar a varios
karatekas, permitiéndonos ver un montón de estupendas peleas, desde en un bar,
a luchadores más místicos, todos ellos luciéndose posteriormente en el torneo,
que incluirá uno contra uno, cinco contra cinco, armas (estupendo combate de
sais contra katana) e incluso uno contra uno, pero con las manos derechas de
los luchadores atadas entre sí con una cuerda. Da igual lo que sea, total, no
nos han explicado las reglas de estas Olimpiadas, sólo que el equipo que llegue
a 20 puntos gana. Y para qué más, lo importante es divertirse y entretenerse,
disfrutando de las estupendas coreografías realizadas por Stan Schmidt (denominado o conocido como el padre del Karate en
Sudáfrica) y Norman Robinson, que
además entrenó a Ryan. Ambos pertenecían a la Japan Karate Association, delegación de Sudáfrica, y evidentemente
usaron para los incontables extras con miembros de dicha asociación.
Puede que algunas de las cosas
que he mencionado puedan hacer parecer a alguien que es una peli casposa y algo
trash, pero desde mi punto de vista,
todo hacen de ella una película que merece ser considerada de culto. Tengamos
en cuenta que estamos ante una producción sudafricana, y no es que haya rodado
muchas de artes marciales, si bien tenemos alguna que otra más, además de
muchos rodajes en dicho país, como la serie basada en los escritos de Bruce Lee, Warrior. A pesar de todo, Lucha
o Muere es una película más que recomendable, muy entretenida, con
estupendas peleas, bien rodada por el ya fallecido Ivan Hall, con esos planos ralentizados, efectos visuales de
montaje para algunas acrobacias (vamos, rebobinar algunos planos), y demás
aciertos y “errores” del cine más modesto dentro del género, en un afán por
sumarse a la fiebre del cine marcial de los años setenta y ochenta. No en vano
se terminaría estrenando en Estados Unidos en 1980, donde terminaría haciendo
popular el título Kill or Be Killed
de forma internacional, siendo el original en su país natal Karate Olympia.
Respecto al tema de Operación Dragón, tenemos, como dije al principio, algún nexo, coincidencia o como lo quieras llamar, aunque tampoco es que beba directamente de ella. Hay cierta atmosfera de Bruceploitation en ella, con algún momento al final que puede recordar a la batalla de la mencionada obra maestra de Bruce Lee, cierto parecido físico entre el cuerpo de Ryan y el del Pequeño Dragón, y alguna que otra referencia, como en la cena de gala del torneo, con el enano haciendo cabriolas para entretener a los asistentes (mucho más pobre y con cierto punto patético que el fiestón de Han) o cuando uno de los luchadores del equipo alemán intenta doblar una barra de metal, tras haberlo hecho Chico (el enano lugarteniente del Baron Von Rudloff), al estilo de lo visto en Furia Oriental (1972) con Bob Baker como el luchador ruso, aunque con diferentes resultados, o algunos otros momentos en las mazmorras. Lo curioso es que, en vez de querer usar un grito, o kiai, que defina al personaje, optan por hacer que Hunt emita un ruidito con la boca algo molesto, pero igualmente identificativo, que hasta lo usan en los créditos iniciales, donde vemos los créditos proyectarse en el cuerpo del Ryan en lo que es el reclutamiento de su personaje.
En definitiva, una película de Karate,
repleta de auténticos expertos en la materia, que veremos entrenar y correr por
las dunas, todos sin camiseta, con sus pantalones y cinturones negros, haciendo
katas que los practicantes de Shotokan reconocerán, desenfadada, alocada y que precisamente esa locura hacen que sea muy divertida, y que
merece la pena ver para disfrutar de algo diferente al cine de Kung Fu que
domina el género, con elementos que hacen que verla sea algo casi ligérgico,
sobre todo el tema nazi que sobrevuela toda la película pero con una
naturalidad impensable (el barón se pasea por el castillo con su traje nazi en
diversos momentos como el que va en bata por su casa), pero igualmente disfrutable.
De su secuela, aunque el personaje protagonista no es el mismo, pero repitiendo
tanto Ivan Hall, el director, como Ryan y sus coreógrafos, Mata y Mata Otra Vez (1981), ya hablaremos otro día, así como de la
carrera de Ryan.
Comentarios