CRÍTICA - LUCHA O MUERE (1977)

Hoy vamos a viajar a Sudáfrica para hablar de una película que con el tiempo se ha convertido en un título de culto. Lucha o Muere supuso el lanzamiento, o intento, de un auténtico campeón de Karate local como estrella del género, aunque ya había participado brevemente en 1975 en otra película, no sería hasta 1977 cuando sería el protagonista absoluto, continuando en una secuela y posteriormente con una carrera en el cine que no brillaría como se esperaba. Una película de Karate puro, con tramas y subtramas muy locas que en muchas ocasiones se la ha comparado con Operación Dragón (1973), y si bien tiene algún nexo, es una película muy diferente pero alucinante en muchos sentidos, un What the Fuck en toda regla pero que la convierte en una película que cualquier amante del cine marcial tiene que ver en algún momento. Así que prepara tu karategi, átate el cinturón y prepárate para viajar al desierto y conocer al Maestro Steve Hunt.

La trama principal es sencilla. Un hombre está reclutando un ejército de karatekas para enfrentarlos al equipo de otro hombre y resarcirse de un suceso del pasado. Hasta ahí, nada original o llamativo. Pero empezamos a analizar sus primeros veinte minutos y descubrimos un montón de detalles muy locos. Para empezar, el hombre que prepara esta competición, que denomina Olimpíadas de Karate, es un antiguo nazi que vive en un castillo en el desierto. Su mano derecha es un enano al que conoció cuando el nazi regentaba un circo. Sí, tal cual. El caso es que aquella primera competición de Karate que perdió el nazi fue contra un japonés llamado Miyagi (recordemos que se trata de una película de 1976 que terminó estrenándose en 1977, antes de Karate Kid, que es de 1984), un hombre amante de los diamantes, y que si pierde, conseguirá un valioso diamante, mientras que si pierde, deberá declarar a todo el planeta que hizo trampas para ganar al nazi, quien a su vez perdió su rango en el ejército alemán durante la Segunda Guerra Mundial.

Casi nada. En medio de todo esto se encuentra Steve Hunt, un experto en Karate que es reclutado por el nazi, aunque todo cambiará ante la megalomanía del alemán. Y tendremos una historia de amor con una compañera, acoso al enano, entrenamientos en el desierto y Karate, mucho Karate. La historia toma elementos del cine de Kung Fu clásico, con las escuelas enfrentadas, pero trasladando todo a la actualidad, bueno, a ese último trecho de los años setenta, y al Karate japonés.

El protagonista es James Ryan, un campeón de Karate reconvertido en actor que despliega su estupenda técnica y cierto carisma, que no supo mantener posteriormente. Se intentó además demostrar las cualidades dramáticas de su personaje, plano en todos los aspectos, con una historia de amor con una compañera karateka, Olga, interpretada por Charlotte Michelle. Daba así un punto romántico, escena de sexo light incluida, tan habituales en el cine de acción. Es una película entretenida, muy de su época (evidentemente), y con cierto toque de cine camp, como algunos decorados recargados y ñoños o esa secuencia en el desierto exagerada con un coche estropeado que terminará siendo descapotable y con una vela para surcar las dunas.

No podemos ignorar otra secuencia que nos recuerda a James Bond, con nuestro protagonista en plan seductor con un traje negro en una cena de los dos equipos, unos de blanco (los malos) y otros de negro (los buenos, o al menos el equipo del personaje protagonista. De esta forma se van mezclando conceptos para crear una película, como dije, muy loca, extravagante, pero más que entretenida y con estupendas secuencias de artes marciales. No en vano, podemos ver en sus créditos iniciales un montonazo de nombres de auténticos karatekas que irán desfilando durante su metraje en una especie de exhibición de Karate.


Es obvio que usa muchos clichés del cine marcial, con las secuencias de entrenamiento de los dos equipos en un montaje paralelo donde los dos jefes de los equipos, el alemán y el japonés, van hablando a sus respectivos equipos y dejan claras sus ideas, metiendo el misticismo del cine de Kung Fu en sus frases de una forma algo anacrónica pero que enriquecen su visionado. Otro elemento habitual de este tipo de cine es tener un antagonista marcial al bueno, representado por un brutal luchador malote al que no le importará pelear y golpear a las mujeres para secuestrarlas en una secuencia muy violenta donde el mobiliario tan kitsch que vemos se destruye, puerta incluida, para dejar claro que será el oponente por excelencia de Hunt.

Respecto al torneo, realmente hasta el tramo final de la película no comienza, y asistimos a otro desfile de Karate puro y duro. El primero lo vemos cuando el enano ayudante del nazi (nunca pensé que iba a escribir una frase así), acude a reclutar a varios karatekas, permitiéndonos ver un montón de estupendas peleas, desde en un bar, a luchadores más místicos, todos ellos luciéndose posteriormente en el torneo, que incluirá uno contra uno, cinco contra cinco, armas (estupendo combate de sais contra katana) e incluso uno contra uno, pero con las manos derechas de los luchadores atadas entre sí con una cuerda. Da igual lo que sea, total, no nos han explicado las reglas de estas Olimpiadas, sólo que el equipo que llegue a 20 puntos gana. Y para qué más, lo importante es divertirse y entretenerse, disfrutando de las estupendas coreografías realizadas por Stan Schmidt (denominado o conocido como el padre del Karate en Sudáfrica) y Norman Robinson, que además entrenó a Ryan. Ambos pertenecían a la Japan Karate Association, delegación de Sudáfrica, y evidentemente usaron para los incontables extras con miembros de dicha asociación.


Puede que algunas de las cosas que he mencionado puedan hacer parecer a alguien que es una peli casposa y algo trash, pero desde mi punto de vista, todo hacen de ella una película que merece ser considerada de culto. Tengamos en cuenta que estamos ante una producción sudafricana, y no es que haya rodado muchas de artes marciales, si bien tenemos alguna que otra más, además de muchos rodajes en dicho país, como la serie basada en los escritos de Bruce Lee, Warrior. A pesar de todo, Lucha o Muere es una película más que recomendable, muy entretenida, con estupendas peleas, bien rodada por el ya fallecido Ivan Hall, con esos planos ralentizados, efectos visuales de montaje para algunas acrobacias (vamos, rebobinar algunos planos), y demás aciertos y “errores” del cine más modesto dentro del género, en un afán por sumarse a la fiebre del cine marcial de los años setenta y ochenta. No en vano se terminaría estrenando en Estados Unidos en 1980, donde terminaría haciendo popular el título Kill or Be Killed de forma internacional, siendo el original en su país natal Karate Olympia.

Respecto al tema de Operación Dragón, tenemos, como dije al principio, algún nexo, coincidencia o como lo quieras llamar, aunque tampoco es que beba directamente de ella. Hay cierta atmosfera de Bruceploitation en ella, con algún momento al final que puede recordar a la batalla de la mencionada obra maestra de Bruce Lee, cierto parecido físico entre el cuerpo de Ryan y el del Pequeño Dragón, y alguna que otra referencia, como en la cena de gala del torneo, con el enano haciendo cabriolas para entretener a los asistentes (mucho más pobre y con cierto punto patético que el fiestón de Han) o cuando uno de los luchadores del equipo alemán intenta doblar una barra de metal, tras haberlo hecho Chico (el enano lugarteniente del Baron Von Rudloff), al estilo de lo visto en Furia Oriental (1972) con Bob Baker como el luchador ruso, aunque con diferentes resultados, o algunos otros momentos en las mazmorras. Lo curioso es que, en vez de querer usar un grito, o kiai, que defina al personaje, optan por hacer que Hunt emita un ruidito con la boca algo molesto, pero igualmente identificativo, que hasta lo usan en los créditos iniciales, donde vemos los créditos proyectarse en el cuerpo del Ryan en lo que es el reclutamiento de su personaje.


En definitiva, una película de Karate, repleta de auténticos expertos en la materia, que veremos entrenar y correr por las dunas, todos sin camiseta, con sus pantalones y cinturones negros, haciendo katas que los practicantes de Shotokan reconocerán, desenfadada, alocada y que precisamente esa locura hacen que sea muy divertida, y que merece la pena ver para disfrutar de algo diferente al cine de Kung Fu que domina el género, con elementos que hacen que verla sea algo casi ligérgico, sobre todo el tema nazi que sobrevuela toda la película pero con una naturalidad impensable (el barón se pasea por el castillo con su traje nazi en diversos momentos como el que va en bata por su casa), pero igualmente disfrutable. De su secuela, aunque el personaje protagonista no es el mismo, pero repitiendo tanto Ivan Hall, el director, como Ryan y sus coreógrafos, Mata y Mata Otra Vez (1981), ya hablaremos otro día, así como de la carrera de Ryan.

NOTA: 7

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