Por fin se ha estrenado la cuarta
parte de Ip Man, la saga que
comenzaba en 2008 con Donnie Yen
interpretando al Sifu de Wing Chun. Tras
dos secuelas, precuelas y episodios finales al margen de las de Donnie e
infinidad de películas con Ip Man de protagonista o secundario, Yen pone fin a
su aportación a la que podemos denominar Ipmanploitation.
Muchas ganas había de ver esta cuarta entrega, el punto final de Yen al personaje,
sobre todo tras anunciar a Yuen Woo Ping
como coreógrafo, la presencia de Danny
Chan para encarnar de nuevo a Bruce
Lee y el fichaje de Scott Adkins.
Una mezcla que prometía y convertía a esta película como una de las más
esperadas. ¿Ha merecido la pena la espera? ¿Está el último episodio a la altura
de las tres anteriores? No te voy a hacer esperar, sí, merece la pena. Y sí,
está a la altura, pero si la vez de forma objetiva, más allá de ser un fanboy, y te lo dice uno. El halo de
estrella de Donnie Yen convierte cada película suya, una celebración, y más si
es de Ip Man, pero viendo su carrera y la saga, te preparar un poco para que el
resultado no tire por tierra lo visto anteriormente…
Es decir, estupendas películas de
Kung Fu, con un Donnie Yen perfecto, una espectacular dirección, que va un poco
a menos con la tercera, y coreografías desde sublimes a maravillosas, pero con
una historia dramática metida un poco con calzador desde la segunda, no por
ello criticable. Uno de los aciertos de la saga es el paralelismo histórico y
personal en la vida de China e Ip Man, pero en esta cuarta parte, el guion no
es lo suficientemente potente. Algo deslavazado, compuesto por ideas generales
que solo se desarrollan de cara a los enfrentamientos marciales. El tema de la
enfermedad del Sifu es tratado con demasiada ligereza, mientras que su búsqueda
de una buena escuela norteamericana para enviar a su díscolo hijo se
entremezcla con la de Bruce Lee y esa regla de la comunidad china en San
Francisco de no enseñar Kung Fu a los extranjeros. Todo ello se entremezcla con
un mínimo de coherencia, todo muy sencillo rozando lo inocente y predecible. Pero
todo funciona dentro de la película, haciéndonos pasar por todas las secuencias
y enlazándolas con las de lucha. Por ello tenemos la historia del Maestro Wan y
su hija, entrelazada con la de Bruce toscamente, pero que permite que el actor
Wu Yue aporte su presencia en un personaje que podría haber dado más de sí pero
con una estupenda demostración de Tai Chi contra Wing Chun.
Respecto a la anunciada presencia
de Bruce Lee, tras los cameos en las tres anteriores entregas, Wilson Yip consigue copiar la famosa exhibición
de Long Beach con el puñetazo de media pulgada. Toda la parte de Bruce es
puramente una explotación para ofrecernos una estupenda pelea contra Mark Strange, un homenaje directo a El Furor del Dragón (1972) y al Combate
del Siglo entre Lee y Chuck Norris. Tenemos más guiños a Bruce, y su trama,
totalmente ficticia, por cierto, ya que Ip Man nunca viajó a Estados Unidos,
importante en la historia del propio Bruce, termina siendo usada para dar más
protagonismo a Ip Man. Danny Chan cumple perfectamente como el Pequeño Dragón,
y tiene sus momentos de lucimiento total. Pero el combate que esperamos es el
que enfrenta a Donnie Yen con Scott Adkins, el villano de la película. Adkins está
exagerado, desatado, pero justo como se espera en un personaje como el que
interpreta, a un soldado norteamericano racista y violento, vamos, lo habitual
en el cine de Hong Kong desde siempre, con villanos diabólicos y que nos traen
planos como el de Adkins viendo arder el muñeco de madera. Su pelea es
estupenda, no lo podemos negar, pero no tenemos tantas patadas acrobáticas como
las que solemos ver en el británico, sobre todo cuando interpreta a Boyka, pero
en la época en la que transcurre la película, no había ese tipo de patadas de
XMA, por lo que me parece un acierto el tipo de combate, más técnico y a la
altura de lo esperado. Habrá gente que piense que, ya que la historia es
mentira, ¿por qué no añadir ese Boyka
Style para que la película sea aún más espectacular? Buena pregunta, pero
teniendo al mítico Yuen Woo Ping
como coreógrafo, la respuesta es simple. Es una película de Kung Fu, y que
enfrenta al Wing Chun con el Karate, por lo que hay que ceñirse a esto, y la
verdad, no necesita más. La potencia física de Adkins y su arrollador Karate
choca con el fluido Wing Chun de Donnie, siendo un estupendo colofón a la saga,
cerrando el círculo con el enfrentamiento con el Karate japonés, tal y como
terminaba la primera parte. Esto está claro por qué. Esta cuarta entrega, este
final, es un compendio de todo lo que funcionó en las tres partes, acercándose
más a la tercera visual y narrativamente, incorporando autoreferencias, y consigue
así convertirse en un buen final, con ese epílogo algo abrupto que cierra la
puerta a más entregas. No puedo dejar de mencionar la presencia de Vanness Wu como
una especie de Taky Kimura, Kent Cheng, que repite en todas las entregas, la
aparición de Lo Meng, e incluso Steven Dasz como uno de los alumnos de Bruce
Lee. Y terminaré enlazando con la entradilla. Si decía en ella que había que
ser objetivo, a lo que me refería es a que hay que saber que es una cuarta
entrega y hemos visto cómo en términos generales, la saga, aunque excelente, ha
ido perdiendo la fuerza dramática y compacta de la primera parte en favor de la
espectacularidad marcial, pero aquí mantiene el tipo de forma loable, y viendo
el panorama marcial hongkonés y occidental, es sin duda una película superior a
la media, no tan brillante como las dos primeras, pero no le hace falta ya que
es una gran película de Kung Fu, y a estas alturas, es lo que necesitamos ver y
disfrutar. Y aquí lo hacemos y mucho. Gracias a Donnie Yen, Wilson Yip, Sammo Hung,
Yuen Woo Ping, Max Zhang o a Fan Siu Wong por estos años de gran nivel marcial
que ya ha acabado, y casi que lo prefiero, antes de que entre en decadencia y
el cansancio haga más mella, en detrimento de la calidad que conserva.
NOTA: 7,75
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