Un experto gimnasta, Jonathan
Cabot, será reclutado por la CIA para participar en un juego mortal en el país
de Parmistán en el que todos los extranjeros que pisan dicho país deben
participar a cambio de su vida y de un deseo que le será concedido. La idea de
la CIA es que dicho país, con ciertos problemas internos, no ponga una base
para satélites el bloque comunista durante la conocida Guerra de las Galaxias de la era Reagan. Pero tranquilo, que no
estamos precisamente ante una película política. Todo esto nos lo cuenta en
menos de diez minutos, para pasar al entrenamiento de Cabot por parte de un
asiático, un occidental afroamericano y la princesa de Parmistán y finalmente
al juego.
Uno de los primeros datos que
debemos tener en consideración es que detrás de esta película están Fred Weintraub y Robert Clouse, es decir, productores de Operación Dragón y que continuarían haciendo tándem en diversas
películas marciales como Cinturón Negro
(1974), La Furia de Chicago (1980), Los Cinco Invencibles (1981) o las dos
entregas de China O’Brien de 1990,
por citar algunas de las más conocidas y emblemáticas. El éxito de la película
de Bruce Lee les llevaría a explotar el género con productos de serie B, aunque
algunos de ellos sean míticos para los aficionados. El guion, obra de Charles Robert Carner, el mismo que
cuatro años después firmaría Furia Ciega
(1989), el Zatoichi de Rutger Hauer con Sho Kosugi como invitado, no sé lo fiel
que será respecto al relato original, pero contiene numerosos elementos de
explotación, sobre todo al principio, todo sumamente acelerado, por lo que
tenemos el entrenamiento del protagonista e incluso el enamoramiento de la
princesa, en los primeros 15 minutos.
De Operación Dragón toma el torneo, aunque no sea estrictamente marcial, y ese Khan que nos recuerda a Han, con fiesta incluida, así como algunos secundarios que parecen querer recordarnos a Roper y a Williams, e incluso a Lee, con la presencia de Conan Lee, aunque no es que hable demasiado. No puede faltar un émulo de Bolo, aunque sea uno de los participantes, con Bob Schott, campeón de pulsos, interpretando a Thorg. O algún que otro momento que copia determinadas secuencias del clásico de Bruce. No olvidemos que detrás están Clouse y Weintraub, y han intentado repetir la fórmula de su mayor éxito en diversas producciones, ésta incluida. Una de las secuencias es cuando nuestro protagonista acude por la noche para ver a la princesa, de la que se ha enamorado, mezclando las incursiones nocturnas de Lee con la charla que tiene con Mei Ling (Betty Chung) Hay un primo lejano del Q de 007 y sus cachivaches y, finalmente, el juego, llamado así durante todo el metraje. Ya hemos tenido entrenamientos, algún tiroteo y secuencia de acción donde el protagonista usa sus habilidades gimnásticas en la lucha, así que es momento de que comience el juego.
Una carrera contrarreloj llegando
a varios objetivos y sorteando peligros, como escalando un precipicio con una
cuerda, cruzar el Pueblo de los Malditos o un endeble puente, sin contar con la
cacería humana a la que son sometidos los participantes con Zamir (Richard
Norton) a la cabeza y montados tanto él como sus hombres (esos supuestos ninjas
de la portada) a caballo. El juego aparece cuando falta media hora de película
para terminar, siendo la menor parte del metraje la que se encarga de
mostrárnoslo. Una vez que hemos visto a los participantes, comienza la cacería
para que vayan cayendo uno tras otro de cara al enfrentamiento final entre el
protagonista, Jonathan, y Zamir.
Como he dicho, podemos ver referencias a Operación Dragón, incluyendo algunos pasajes de la banda sonora que recuerdan poderosamente a dicha película. Por suerte el guionista sabe encajar estos detalles con la historia original, separándose lo suficiente para no notarlo demasiado. Respecto al reparto, además del medallista olímpico que interpreta a Cabot, Kurt Thomas (que fallecía el 5 de junio de 2020), y al estupendo Richard Norton, quien además coreografía las peleas, podemos ver a Conan Lee, al que también he mencionado, a la modelo y actriz Tetchie Agbayani como la Princesa Rubali, a John Barrett como uno de los competidores, experto en Tang Soo Do (bajo tutela del mismísimo Chuck Norris) y creador del American Martial Arts System y que probó suerte en el cine apareciendo tanto en films de Norris como secundario o especialista, como protagonista con American Kickboxer (1991), sin lograr el éxito esperado, a Tadashi Yamashita interpretando al maestro asiático de Cabot, y a Sonny Barnes, maestro de Kenpo Karate, como el maestro occidental del protagonista.
A pesar de tener estos nombres,
los dos últimos, Yamashita y Barnes, salen poco, siendo el japonés el que más
se luce usando los kamas. También tenemos a Norton deleitándonos con su manejo
de los sais y alguna que otra pelea más, como la de Conan Lee contra el enorme
Schott, y las demostraciones de este arte marcial ficticio que nunca llegan a
mencionar, el Gymkata, en El Pueblo de los Malditos. Este pueblo, según contó
el propio Thomas, usó como figurantes a locos
de un manicomio local en Yugoslavia (lugar del rodaje del film) a los que se les proporcionó alcohol y
comida por su tiempo. No obstante, a los aldeanos a os que golpea, eran
especialistas. Como decía, en este pueblo de atmósfera malsana (uno de los
aciertos del film) podemos ver esa combinación de gimnasia y Karate, usando un
potro de piedra, o en alguna secuencia anterior usando una barra para colgarse
y patear a unos perseguidores.
El tema ninja es evidente que se
usó como reclamo en la portada, siendo realmente guerreros de Parmistán
vestidos de negro con una cinta roja en la frente, pero cuyas máscaras difieren
de las habituales. El exotismo del concepto del Gymkata, junto a la atmósfera
de la película, y a las buenas coreografías de Norton y los artistas marciales
que aparecen, convierten a este film en una película de culto, mala en muchos
sentidos, pero tenemos que tener en cuenta la época en la que se rodó y
estrenó, una época donde se podían rodar películas algo locas, incluso
casposas, pero manteniendo las dosis de entretenimiento desenfadado como es el
caso, poblando las estanterías de los videoclubs para hacernos soñar con
historias arriesgadas pero que no se autolimitaban ni con el presupuesto ni con
las ideas más extravagantes y, sobre todo, con grandes artistas marciales que conseguían
que en este sentido tengan una calidad indudable, por mucho que sean serie B.
NOTA: 6’75
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