Tras el éxito de Journey to the West: Conquering the Demons
de 2013, de Stephen Chow era evidente una secuela, a pesar de aparecer la versión
con Donnie Yen un año después y planteándose también como una saga. La
principal diferencia de ambas versiones es la fidelidad a la novela original,
siendo la de Chow la menos fiel y que se podría considerar una precuela de la
novela pero ignorando el origen del Rey Mono. En ambos casos han aparecido
continuaciones, llegando a estas alturas a la tercera entrega en el caso de la
que protagonizó Yen (sin él en las dos secuelas) y la segunda en el caso de la
que dirigió Chow, que es de la que te hablo. Pero el director de Shaolin Soccer y Kung Fusión no repite como director, limitándose a ser el guionista
y el productor y dejando a Tsui Hark
las labores de dirección. Por desgracia, el resultado no es el esperado a pesar
de la unión de dos cineastas como estos.
Este cambio en la dirección no es
el único, cambiando todo el reparto. De esta forma, el cantante del grupo Exo y
actor Kris Wu se encarga de
interpretar al monje budista, Tang Sanzang (o Tripitaka), Kenny Lin al Rey Mono, Sun Wukong, Wang Duo es Zhu Bajie, el cerdo, y Mengke Bateer es Sha Wujing. Este nuevo reparto no es culpable de lo que
vemos en pantalla, esforzándose dentro de unos límites. El problema es el
guion, pero al ver los créditos, vemos que tras la historia de Stephen Chow,
Tsui Hark ha metido mano junto a otras personas, por lo que cuando demasiada
gente escribe y reescribe algo no suele ser bueno, a pesar de adaptar un par de
capítulos de la novela original de forma bastante correcta. Hay varios cambios
de ritmo, pasando por un principio patético, una continuación más clásica y una
parte final espectacular pero siendo demasiado irregular. No hay demasiada
unión entre las diferentes partes bien diferenciadas. El inicio/presentación,
con un tono oscuro y macabro pero donde el humor no termina de funcionar, una
parte central donde rápidamente nos muestran un capítulo del libro, más
colorido, para dar paso a la trama principal, que lleva forjándose desde hace
un buen rato, y donde Hark saca toda su calidad como director junto a unos
efectos especiales espectaculares. Una serie de enfrentamientos en CGI que te
quitan el sabor de boca amargo que nos ha ido dejando la película.
Respecto a los actores, Kris Wu
hace lo que puede pero no sale demasiado bien parado, lo mismo que este Rey
Mono de Kenny Lin. Cae mal y no tiene nada que ver con el personaje original.
El resto de actores están correctos, pero tampoco son nada del otro mundo. Uno
de los principales problemas es la combinación de momentos y atmósferas
cercanas al terror junto a secuencias de supuesto humor, y en esta ocasión,
prácticamente nunca funciona. Le falta la chispa del mejor Stephen Chow, sin
los filtros por los que ha pasado su guion. La filmografía de Chow suele usar
este contraste entre el humor y el drama, pero aquí la mezcla se aprecia
forzada, como si hubiesen intentado dirigirla Hark y Chow a la vez, mezclando
los dos espíritus de dirección pero sin conseguir sumar, al contrario, le resta
mérito a la película. La acción no está mal, sobre todo en las secuencias
finales, pero dista mucho de lo que Hark o Chow nos han ofrecido en el pasado.
Ni siquiera la aparición a modo de cameo de Shu Qi consiguen hacernos emparejar
a esta película con su primera entrega. Resumiendo, una secuela bastante
inferior a la original, de ritmo irregular pero con un tramo final impecable. El
jugar con ser fiel y no fiel a la novela en la que se basa se salda en un
chasco que aburre por momentos a pesar de la excelente factura técnica y
visual, con un Hark que sabe rodar en 3D sin que lastre su visionado en 2D. Si
eres fan de Hark o del Rey Mono, adelante, pero sabiendo lo que hay. Y si no lo
eres, es más probable que pases o debas pasar de ella. Hay mejores ejemplos de
Sun Wukong, sean fieles o no.
NOTA: 5’75
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