Hace poco, en un grupo de
Facebook, el amigo Tony Fer
recordaba Raging Phoenix, con Jeeja Yanin en su segunda película como
protagonista. Me dieron ganas de volver a verla, ya que desde el 2009, ha llovido
y la verdad es que no guardaba ningún recuerdo excepto algunos planos y la
sensación de haberme gustado, y, claro está, me dispuse a volver a verla,
deseando que me gustase como para aparecer en el blog en mis colaboraciones
semanales con el NoIdentity
International Action Film Festival de Sevilla. Y, bueno, aquí aparece, por
lo que es indudable que me gustó bastante. Y no es para menos. Muchos grandes
talentos se dan cita en este film tailandés, ahora que la todopoderosa Sahamongkol Films ha cerrado su división de cine de acción, relegando a las
grandes estrellas locales a la televisión, o en proyectos fuera del país, como
el caso de Tony Jaa, dando tumbos
entre Estados Unidos y Hong Kong. Yanin más o menos igual, con pequeñas
participaciones en películas coreanas o producciones norteamericanas, sin tener
la carrera meteórica de Jaa, pero al menos nos ha dejado maravillas como su debut,
Chocolate (2008) o este fénix
furioso.
Tras el éxito de la mencionada Chocolate, la recién lanzada nueva
promesa del cine marcial tailandés, apadrinada por Panna Rithikrai y Prachya
Pinkaew, no dudaron en continuar detrás de su carrera ofreciendo una
película muy diferente a la primera e incluso a lo que Jaa hacía en esos años
previos a su salida de la productora Sahamongkol. Mientras el Muay Thai volvía
a golpear al cine de género, en Raging
Phoenix tenemos una concepción de las artes marciales y la acción que aúna
el cine más clásico de Kung Fu y el estilo del Borracho, con el Muay Thai y el
baile. La trama nos presenta a una chica a la que intenta secuestrar, pero
salvada por un grupo de chicos con quienes unirá fuerzas para detener a los que
intentaron secuestrarla. Hasta aquí, parece una película de acción normal y
corriente, con su trama, sus malos, sus buenos, y todo como excusa para ver las
escenas de peleas. Pero como he dicho, es una mezcla de varios elementos, y
tras el planteamiento casi policial pasamos a una especie de homenaje al cine
de Kung Fu, llegando por momentos a acercarse al Jiang Hu, el género literario repleto de Kung Fu y espadachines,
con héroes legendarios con poderes. Que recuerde a esto se debe a que, tras
presentar a la protagonista y al grupo de luchadores, tenemos la típica
secuencia de entrenamiento extraída del cine de Kung Fu, llegando a rozar las
torturas con lo ingentes litros de alcohol que la protagonista tiene que tomar
para aprender el estilo del borracho, emulando a Jackie Chan en El Mono
Borracho en el Ojo del Tigre (1978) pero de una forma actual, mezclándola
con el baile en lo que denominaron Meyraiyuth,
un arte marcial totalmente ficticio. La espectacularidad que resulta de esta
unión, junto a la pericia de los actores, que, además de Yanin, son Kazu Patrick Tang, actualmente, el
marido de la propio Jeeja, Nui Saendaeng
o Tin Man en un pequeño papel,
además del equipo de especialistas, centrado en las peleas, sin olvidar algunas
caídas y lanzamientos de esos que duelen, es más que remarcable. No tienen el
mismo impacto visual que Ong Bak o Chocolate, pero sin duda el diseño de
toda la acción es imaginativo y de gran calidad, usando mucho Muay Thai junto a
acrobacias cercano al Kung Fu, firmado por Weerapon
Poomatfon, del equipo de Panna Rittikrai,
quien se encargó de supervisar todo, además de ser productor junto al director
de (tengo que volver a nombrarla) Ong
Bak, Prachya Pinkaew. La velocidad de las técnicas, la coordinación de los
actores, el buen hacer del director, Rashane
Limtrakul, productor y editor que daba el salto al género tras dirigir en
1995 un drama y un segmento de otra película en 2008, teniendo entre sus
créditos la propia edición del debut de Tony Jaa. Y la edición de este film,
aunque no es suya, también tiene su importancia para el resultado visual, una
estupenda y trepidante película con un uso justo de los cables, dando a veces
ese toque casi superhumano de los luchadores.
Tenemos algo de humor, bastante
más puntual que en otras producciones de la época como las de Mike B, por poner
un ejemplo, y consigue usar un argumento mil veces visto en una aventura digna
de las grandes producciones de la Shaw Brothers con héroes y espadachines
vagando por la china feudal, con hermandades de Kung Fu, pero en unas
localizaciones imprecisas que precisamente juegan a recrear ese mundo chino en
nuestra época pero de forma atemporal, casi post-apocalíptica con esos
decorados almaceneros, o el vestuario, una versión hippie a veces de Cyborg, por poner un ejemplo. En ningún
momento mencionan la ciudad, y no aparecen exteriores que puedan dejar claro
dónde están ni el año, siendo todo un acierto para aprovechar ese contexto para
el uso fantástico de las acrobacias y golpes con cables, y dando gracias sobre
todo a ese tándem que forman Yanin y Tang, en plena forma, encarnando además el
papel de alumna y maestro, respectivamente. Puede ser arriesgado hacer toda esta
mezcla, pero por fortuna, todo funciona muy bien, como entretenimiento, con
esos planos heroicos tan irreales, presentándose personajes encaramados a
estructuras de piedra, a ruinas desérticas que sirven de base a los
protagonistas, una hermandad, o equipo, del Meyraiyuth sin oficio ni beneficio
excepto impartir justicia salvando y deteniendo a los responsables de los
secuestros. Y, aunque pueda ser spoiler,
ya el tema de la feromona que sólo olfatos muy sensibles huelen, se acerca aún
más al cine de Kung Fu más fantástico y psicodélico de los sesenta y parte de
los setenta. Y no puedo dejar de mencionar el propio título, sin referencia
alguna en todo el metraje, pero que igualmente nos recuerda títulos del cine
clásico de Hong Kong con la palabra Fénix en ella o, no sé por qué, me hizo
recordar la casa de los héroes a películas con la mítica Posada del Dragón, lugar de reunión de héroes y villanos en novelas
clásicas, quizás por esos desiertos y playas, que recuerdan a las estepas de
Manchuria. Para resumir, una estupenda película que merece tener mayor
relevancia, que se atrevió a cambiar parte de los conceptos que triunfaban en
aquellos años con Tony Jaa como revitalizador del cine de acción tailandés,
técnicamente estupenda, una fábula del mundo de las artes marciales sin
exageraciones y con una parte física realmente digna de analizar. Una de las
grandes obras de Jeeja Yanin, perfecta, y complementada con Patrick Tang.
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