Un vendedor de tallarines se
niega a pagar la protección que le ofrecen unos mafiosos, por lo que, para
protegerse de ellos, terminará aprendiendo artes marciales para buscar justicia
y venganza cuando los mafiosos usen la violencia hasta con su propia madre,
ciega. A pesar de que numerosos medios hablan de inspirarse en Furia Oriental (1972) de Bruce Lee, las
similitudes son escasas, más allá del uso de la palabra furia en su título. Según
cuenta Chong, los artífices de la película, James Sebastian, que reside actualmente en Australia, y Tony Yeow, ya fallecido, se le
acercaron en varias ocasiones para proponerle protagonizar la película,
negándose hasta finalmente ceder. Un rodaje poco profesional, sin medios y con
escenas arriesgadas sin protecciones, como la pelea final en la cantera, ha
terminado por convertirse en una película de culto a pesar de las numerosas
deficiencias que tiene. El estilo de Karate de Chong, Kyokushinkai, le
convierte, como decía al principio, en un émulo de Sonny Chiba, con un estilo
igual de desgarbado, unido a la inexperiencia del equipo de especialistas que nos
terminan de ofrecer peleas poco técnicas, bien rodadas (dentro de lo que cabe)
pero con ese aspecto amateur que
ofrece toda la película. Los momentos dramáticos no son demasiado creíbles, e
incluso el protagonista detesta sus escenas más tristes. No obstante, tenemos
algunos lugares comunes del género, como el entrenamiento, deudor de los
habituales en el cine hongkonés de Kung Fu que elevaría a la máxima potencia Jackie Chan a partir de 1978, o
escenarios naturales como descampados o la cantera final, con un duelo sucio en
el barro carente de la plasticidad de Bruce o de cualquier otra película del
género. Pero esto, a la vez, consigue diferenciarla, y siendo la primera
película de artes marciales de Singapur, además de su presupuesto, podemos
perdonarle los fallos.
Por otro lado, tenemos elementos que muestran la vida en el país, con diferencias respecto a otros países asiáticos, así como otros deudores de películas entre pulp y camp a lo James Bond, como los decorados de los villanos o el propio jefe criminal, con esa máscara plateada que luce casi todo el metraje. La inocencia de la propia trama, con el uso de niños, contrasta con el drama o la venganza, uniendo todo en una película que puede resultar mala a ojos actuales, pero que necesita que pensemos en la época en que se rodó, en los medios, en esos actores no profesionales, sobre todo el protagonista, que no volvería al mundo del cine para limitarse a dar clases de Karate hasta la actualidad y que, con esta película, ofreció una obra que ha pasado, de aquella manera, a la historia del cine marcial, lejos de lo que ofrecía en aquellos años la Shaw Brothers o la Golden Harvest. Un episodio desconocido dentro del género y en un país poco dado a ofrecer cine de artes marciales.
NOTA: 6
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