La película nos presenta a los
policías de Los Ángeles Chris Kenner (Lundgren) y Johnny Murata (Brandon), que
tendrán que trabajar juntos en Little Tokyo, el barrio japonés de la ciudad,
para detener al traficante de drogas Funekei Yoshida (Cary-Hiroyuki Tagawa),
quien además es el líder de un grupo de Yakuza, la mafia japonesa, y quien,
cosas del destino, es quien asesinó a los padres de Kenner cuando éste era un
niño. De esta forma se mezcla el deber policial con la venganza personal. A
pesar de ser originalmente una película que sufrió un par de cambios de títulos
e incluso de tono, siendo, según Warner, demasiado seria, además de no
convencerles el primer montaje de hora y media, viéndose reducida a unos
escasos 70 minutos, el resultado es mejor de lo que el propio director, Mark L. Lester, piensa ya que tiene un ritmo trepidante que no para un minuto. El humor que
tiene, muy blanco, resulta del choque entre los dos policías protagonistas, un
occidental, Kenner, criado en Japón y amante de su cultura, y el de Murata, nacido
norteamericano, pero de madre japonesa y que desconoce la cultura de sus
antepasados y que estudió artes marciales por la insistencia de su madre, como
bien explica en la película. De esta forma entramos en el submundo criminal
japonés establecido en Los Ángeles de la mano de Murata y con las explicaciones
de Kenner, provocando primero conflictos entre ellos para terminar siendo
compañeros y amigos, algo habitual en las buddy
movies ochenteras de la que bebe, a pesar de haberse estrenado ya en la
siguiente década. Por suerte, no es algo contraproducente y le sienta bastante
bien ya que a pesar de esas constantes (dos policías obligados a trabajar juntos,
el malo malísimo, la chica guapa en peligro o la típica secuencia antes del
final donde los protagonistas entrenan y se preparan para el enfrentamiento
final) que la emparentan con películas similares de los añorados ochenta,
consigue tener ese toque de acción noventero que se desarrollaría en multitud
de películas. El reparto incluye numerosas caras conocidas, además del villano,
el gran Cary-Hiroyuki Tagawa, como son Tia
Carrere (Wayne’s World), Toshishiro
Obata (Las Tortugas Ninja), Al Leong
(La Jungla de Cristal), Philip Tan
(Ley Marcial), Simon Rhee (Campeón
de Campeones), Gerald Okamura (Golpe
en la Pequeña China), Roger Yuan
(Shanghai Kid), George Cheung (Tigre
Blanco), Al Goto (Difícil de Matar)
o James Lew (Misión de Justicia),
muchos de ellos leyendas del mundo marcial de la época como especialistas o
secundarios en la serie B, que alternaron aquí personajes secundarios con
trabajo como stuntmen, donde
tendríamos que añadir a los hermanos Jeff
y Brian Imada, los también hermanos Steven y Roger Ito o a Eric Lee. Unos
nombres que puede que no suenen al público general, pero son quienes han
sustentado al cine de acción norteamericano en los ochenta y noventa y que son
auténticas leyendas. Y si hablamos de leyendas, Pat E. Johnson es otra de ellas, encargándose de la coordinación de
las peleas junto a Clint Cadinha. Su
trabajo logra sacar partido de Brandon y Dolph para lucirse en cada secuencia
de lucha junto al resto de actores y especialistas. Dolph, a pesar de ser un
auténtico experto en diferentes artes marciales, sobre todo en Karate
Kyokushinkai, suele parecer lento en muchos de sus films, pero aquí no lo
parece tanto, contrastando con Brandon y su plasticidad y consiguiendo ese
equilibrio entre ambos estilos tan diferentes que incluso provoca algún diálogo
entre ellos al respecto. Y qué decir del duelo final con katanas entre el sueco
y Tagawa, rápido y espectacular.
Hay gente que dice que es una mala película, con algunos diálogos irrisorios, como cuando Murata habla del pene de Kenner. Sí, es cierto que puede parecer ridículo, pero creo que, con los años, esta película se ha convertido en un divertimento que no se toma así mismo en serio, y se disfruta mucho más cuando el espectador hace lo mismo. Si nos ponemos puntillosos, podrían sacar pegas a muchas cosas, como ver a Lundgren vestido de samurái, hakama y hachimaki (pantalón amplio típico japonés y la cinta en la frente) en la secuencia final, pero es algo que se ha convertido en mítico para esta película que, además, acentúa ese contraste entre el occidental “ajaponesado” y el asiático occidentalizado y que le da ese aire de locura tan ochentero. Y es que, al final, Little Tokyo: Ataque Frontal se está convirtiendo, si es que no lo es ya, en una de esas películas de culto que ganan adeptos con los años, más allá de ser una de las pocas que protagonizó Brandon Lee. Entretenimiento sin pretensiones que da lo que ofrece, una serie B de videoclub (se estrenó en cines en algunos países, pero en otros, como España, fue la primera de Lundgren que se estrenaría directa a vídeo) para pasar el rato, con momentos estupendos como las numerosas secuencias de acción marcial y balística, con muchos duelos muy bien coreografiados, ejecutados, rodados y editados antes de que el cine de artes marciales se inundase de Kickboxing. ¿Podría ser mejor? Claro, pero la película es lo que es, y la que es, por lo que se merece estar en la larga lista de títulos indispensables de aquella época y que ayudaría a Brandon a rodar Rapid Fire al año siguiente, ya con el peso protagonista para él sólo, demostrando que podía llevarlo.
NOTA: 7
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