Mismo equipo técnico, mismo
reparto y una trama sencilla, una venganza que nos acerca al pasado de Kenshin
sin olvidar subtramas políticas herederas de la trilogía original, todo menos
impactante que en la misma, pero por otro lado le viene muy bien ya que la
épica visual y la acción suple esa profundidad política (recordemos que toda la
historia arranca con la Restauración Meiji que sufrió Japón en su apertura a
occidente) Intentar repetir el éxito de las anteriores películas ofreciendo una
trama compleja, que salta de los sucesos reales a las licencias comerciales,
podría haber conllevado una película aburrida con miras puramente económicas, y
aunque el cine, por mucho que les fastidie a algunos, es arte y es negocio, han
optado por la vía correcta al ser una historia más personal pero igualmente
épica, dada la amenaza. Por ello, va al grano, ofreciendo altas dosis de acción
desde el principio, pudiéndose, además, ver sin ver la anterior trilogía, ya
que, aunque dan algunos datos de la misma, no obstaculizan su visionado. Se
nota que la han escrito con cuidado, sabiendo del peligro que había para estar
a la altura de lo que los fans esperaban. Como decía antes, la amenaza a la que
Kenshin y todo Kioto deben enfrentar, consigue ser tan épica como una
conspiración contra el Emperador gracias sobre todo a la dirección de acción de
Kenji Tanigaki, que nos ofrece una
serie de secuencias repletas de explosiones, katanas y artes marciales,
manteniendo la plasticidad y velocidad en los duelos, tal y como podemos
disfrutar en el anime. Este es un punto muy importante, ya que muchas sagas de
acción y artes marciales mantienen sus constantes en la acción (tipos de
coreografía, tipo de dirección, montaje…) pero terminan siendo copias algo
inferiores en cada nueva entrega, y en esta ocasión se mantiene el alto nivel
en cada parte, y, personalmente, creo que aquí Tanigaki se supera a sí mismo,
convirtiendo las peleas de ésta en prácticamente las mejores de las cuatro
películas que hay estrenadas de momento. Combinaciones increíbles, ejecutadas
por todos los actores (y dobles y especialistas) de forma perfecta, usando los
espacios y las diferentes armas, y sacando oro de cada una de estas secuencias.
Planos abiertos y un montaje preciso nos permiten seguir cada pelea, ver cada
técnica y encadenamiento de una forma nítida. Tenemos momentos para lucimiento
de todos los personajes, aunque sean de los que sólo reciben golpes en toda la
saga, como es el caso de Sanosuke Sagara. El uso de cables es imperceptible
pero sumamente eficiente, siendo el elemento que ayuda a acercarse visualmente
al anime para darle esa velocidad de movimiento tan característica.
Como decía antes, el guion es sencillo, pero es tratado con la misma épica que historias más complejas, juntándose con ese romanticismo visual que también existía en el largometraje animado precuela, o mejor dicho, mini-serie de tres episodios que salió en España en VHS como largometraje. Momentos bucólicos, dramáticos y románticos que buscan dar cierta profundidad a Kenshin sobre todo, que aquí permite ver a la estrella nipona Takeru Satoh, encarnación perfecta del ronin, para deleite de sus fans. Y es que, sin lugar a dudas, esta saga ha hecho historia en el cine de acción japonés y en el de las adaptaciones de mangas. Otras adaptaciones de calidad suelen cojear en algunos aspectos, pero la de Kenshin no, y justo esta cuarta entrega logra equilibrar su historia, autoconclusiva, profundizando en el origen del protagonista y ofreciendo unas magníficas secuencias de acción, de lo mejor visto en los últimos años. Un espectáculo que concluirá este mismo año con la quinta y última parte que seguirá ahondando en el origen de la cicatriz en forma de cruz en la cara de Kenshin para cerrar un viaje por una era convulsa de la historia de Japón y en una de las mejores muestras de cine de acción y marcial de este siglo XXI que tiene en esta cuarta parte su momento más álgido. Necesitamos más de Kenji Tanigaki, ya sea en Japón, Hong Kong o donde sea.
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