Dicho largometraje fue una
sensación cuando salió en España en VHS. Conocíamos la serie de anime, y gustaba, por lo que el estreno
en vídeo de esa precuela llamó mucho la atención del otaku medio. El tono divertido desaparecía en favor de una seriedad
acorde a la pesadumbre existencial del protagonista, y es precisamente esto lo
que vemos en esta última entrega. De esta forma, se repite la jugada comercial
que se une al protagonista, Takeru Sato,
con legiones de fans por todo el mundo y que aquí muestra su lado más humano y
tristón en una historia donde la política, la acción y el amor se unen en su
abultado metraje, de dos horas y cuarto, aproximadamente. Al ser una precuela,
podemos disfrutar de otras versiones de algunos personajes, incluyendo a
Kenshin Himura, lo cual, para un actor que repite papel, es un buen reto. Y el
mismo reto es para el director. Keishi Otomo,
quien repite con su buen hacer, pero que demuestra que puede dirigir guiones
más tranquilos, más sosegados, pero sin dejar fuera la acción, claro está, y en
eso, Otomo ha demostrado con creces que sabe dirigirla, aunque sin lugar a
dudas, contar con un genio de las coreografías como en Kenji Tanigaki, ayuda mucho. Son las propias secuencias de acción
las que dan velocidad a la trama, aunque no son demasiadas ni muy largas, pero
consiguen que la primera mitad se nos pase volando a la vez que se cimienta la
historia de trasfondo. Por si esto fuera poco, este estilo pausado y comedido
consiguen separarla del resto de la saga, que alterna la acción y el humor más
que el drama, que lo hay, pero en menor medida. Es normal, ya que la historia
principal que tenemos es cómo cambió Battosai el Carnicero a ese Kenshin algo
bobalicón por momentos. El abandono de su antigua vida debe ser narrado con la
importancia que tiene el romance con Tomoe (Kasumi Arimura), por lo que la
sensibilidad y flema que necesita la historia es diferente a la de las otras
cuatro entregas. Por todo ello, su director acierta por completo al planificar
las secuencias como se debe, con tranquilidad, todo extremadamente pausado
incluso, los diálogos, gestos, movimientos imperceptibles de la cámara, la
elección del tamaño de los planos, la edición, la música… Todo en armonía que
choca con las intrigas entre personajes, su evolución, la historia real de
Japón y las escenas de acción, pero, repito, todo en completa armonía.
El dinamismo de las coreografías de lucha son marca distintiva de estas adaptaciones, con esa mezcla del estilo de Hong Kong con katanas que tan bien sabe diseñar Tanigaki (no creo que haya que repetirlo, pero por si alguien no conoce a Kenji, indicar que es amigo íntimo de Donnie Yen y “culpable” de su éxito) Pero esta vez, aunque se mantiene este tipo de coreografías, consiguen ir acordes al tono del film, con secuencias cortas y potentes, casi poéticas, con momentos donde la música anula los efectos sonoros mientras vemos a Himura acabar con sus enemigos. Al no tener personajes exagerados, las peleas son muy técnicas y veloces, sumamente sangrientas y los desplazamientos siguen siendo espectaculares, con Sato demostrando estar en una estupenda forma física, así como el excelente trabajo con cables. Resumiendo, una película con más drama que el resto de la saga, con estupendas escenas de acción, pero menores, con la evolución del personaje de Kenshin de cara a lo que vimos en las anteriores películas, con buenos giros de guion que demuestran que se puede hacer cine de acción con guiones consistentes donde los personajes son importantes. Como última película de la saga, es un buen producto, que evita repetirse y que profundiza en los personajes, añadiendo el amor, la traición y el propio desamor a la historia, consiguiendo mantener el alto nivel que hemos visto en las cuatro anteriores convirtiendo a esta franquicia en, prácticamente, las mejores adaptaciones de un manga y anime.
NOTA: 7
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