Acabamos el horroroso 2021 con el estreno de la cuarta temporada de Cobra Kai. Y con la serie recién vista del tirón, en un maratón de sus diez episodios, no puedo dejar de pensar en lo maravillosa que es esta serie. En tiempos donde la nostalgia campa a sus anchas, una serie de las características de esta continuación de Karate Kid podría caer en los errores de esa mencionada nostalgia, y ofrecer un producto en el fondo vacío, y que, si le quitas esa nostalgia y referencias ochenteras, podría quedarse en nada. Nada más lejos de la realidad. Una serie inteligente, muy bien escrita, que sabe unificar la esencia de la película original con la actualización, personajes desarrollados y, sí, buenas escenas de Karate, aunque los que las ejecuten no tengan una técnica depurada.
Cuando traes devuelta una película, serie o personaje de la llorada década de los ochenta, que esa nostalgia sea lo único que funcione, no es bueno para cualquier producción, ya sea de cine o televisión. Se necesita encontrar la dirección adecuada para que aporte algo más que la, ya demasiadas veces dicha, nostalgia. Jon Hurwitz ha conseguido crear una serie maravillosa, muy por encima de muchas otras que se llevan premios y reconocimiento, a pesar de compartir legiones de fans.
Por otro lado, es curioso que, en estos años, se hayan oído voces que critican el nivel marcial de la saga original, exceptuando algunos personajes en cualquiera de las entregas. Y respecto a Cobra Kai, la mayor parte habla maravillas, pero sigue habiendo voces discordantes que critican de nuevo la plasticidad de las secuencias de lucha. Da igual lo que digan, en el fondo, lo que más llama la atención es el uso de actores no versados en artes marciales para una serie con el Karate como corazón esencial. Todo esto se une a mi opinión sobre el motivo de ser tan legendaria e importante esta saga, o franquicia, más allá del aspecto visual de las peleas.
Cuando vemos una película de o con artes marciales, vemos una irrealidad marcial cinematográfica. La plasticidad de las técnicas de cada coreografía de gente como Van Damme o Hwang Jang-Lee, nos resulta maravillosa. Podemos ver películas de Kung Fu llenas de cables y gustarnos, sabiendo que esos saltos y técnicas son imposibles. O puede que nos guste algo más realista, como las pelis de Van Damme o con MMA. Pero que Van Damme te de tres patadas en la cara, y una cuarta en salto, abriéndose 180 grados de piernas, y te levantes, como que no es muy realista. Y nos da igual, claro está. Pero luego aparecen películas como la saga de Karate Kid, sus exploitations, o Matrix, con un Keanu Reeves sin experiencia previa, pero con un buen entrenamiento (y una lesión cervical por caída de moto durante los ensayos y rodaje de la película), y disfrutar igual de la película.
El problema es que la gente,
muchos de ellos de los que disfrutaron la saga original en su momento, ya
fuesen niños o adolescentes, ahora ven con malos ojos esa poca técnica depurada
de los personajes. Lo principal de Karate
Kid no son las técnicas de las coreografías, aunque sean importantes. En
esa imperfección visual está parte de la magia de la película del Maestro
Miyagi. Un acercamiento a la realidad, no sólo por los temas que trata como el
acoso escolar y las rivalidades. Cuando cualquiera de nosotros entrena en su dojo, kwoon o dojang, podemos
ver a compañeros con técnicas estupendas, pero a muchos otros que sólo es
correcta, llegando a algunos que, por mucho que practiquen, siempre tienen una
técnica horrorosa. Eso no significa que no funcione, pero visualmente no tiene
esa belleza que hemos aplaudido de Bruce Lee, Van Damme o Adkins.
La filosofía del Karate
tradicional es el leit motive de Karate Kid. Las enseñanzas de Miyagi y
el aprendizaje de Daniel LaRusso se imponen ante la mentalidad occidental
agresiva y competitiva que representa el dojo
de Cobra Kai. Todo ello se conjuga en un drama humano, el típico viaje del
héroe que logra vencer sus demonios siguiendo un código moral y ético. Dicho
todo esto, la serie que usa el nombre del grupo de los villanos mantiene esa
tradición con unos guiones inteligentes y, como ya he dicho, tremendamente bien
escritos. Y todo esto aportando nuevos personajes, nuevas historias, respetando
el material original, ampliándolo y regresando a través de los personajes y
actores de toda la saga a la época en la que se estrenaron originalmente. Un
viaje a la nostalgia con cabeza y corazón, algo que no se suele ver en otras
producciones.
Los que crecimos con Karate Kid, ya hemos pasado los 40, y
algunos incluso los 50. Por ello, necesitamos esta regresión ochentera para
podernos identificarnos con Daniel y Johnny, o el regreso de Reese y Terry Silver. Pero como he dicho antes,
las relaciones y enseñanzas de Miya y Daniel, eran parte de la esencia de la
saga, por lo que es necesario meter personajes nuevos y jóvenes, que atraigan a
nuevos espectadores. Sí, puede ser un simple gancho comercial para ampliar el
público objetivo y cosechar un éxito comercial, pero unir todo esto y lograr
darle alma a la serie, no es cosa de broma. Y mira si lo consigue.
Una historia bien enlazada, que
da trasfondo a todos los personajes principales, y eso que incluso en esta
cuarta temporada se han aumentado de número los secundarios y las historias
personales. Este acercamiento humano a los dramas de cada personaje pone un pie
en la realidad dentro de este viaje a los ochenta, actualizando conceptos y
continuando otros, como son las relaciones. Recordemos que Daniel LaRusso era
hijo de madre soltera, y encuentra en Miyagi a un referente masculino, un
mentor, algo que Johnny no tiene y que busca en Kresse. Y en la serie, ambos
personajes son padres, y sus relaciones con sus hijos y alumnos, las relaciones
entre los propios alumnos, ya sean románticas o de amistad, se van desarrollando
forma natural y equilibrada. Incluso entre Kreese y Johnny, o Kreese y Terry
Silver, como podemos ver en la cuarta temporada.
Pero es una serie de Karate, y la
labor de Hiro Koda en las tres
primeras temporadas, o de Don Lee en
esta cuarta, reman a favor de todo lo explicado hasta ahora. El realismo
mezclado con algunas técnicas más vistosas para el cine (o la televisión,
vamos) nos regala estupendos momentos marciales, por mucho que no sean
perfectas. Y es que esa imperfección es parte del encanto de la saga original, como
ya apuntaba anteriormente ya que acentúa tanto las enseñanzas filosóficas, como
el identificarse con los personajes, sobre todo el protagonista. Y, claro, en
la serie tenemos un buen puñado de personajes protagonistas, ya que, aunque
Daniel y Johnny sean los protagonistas, sus respectivos alumnos, también
comparten la serie, convirtiéndola en algo coral e identificativo de la propia
saga original, como apunté hace unas cuantas líneas. Cualquiera de nosotros
puede ser un Daniel LaRusso o Johnny Lawrence, y es algo más complicado ser el
próximo Bruce Lee o Van Damme. Lo dicho, un pie en la Tierra mucho más marcado
que otras producciones incluso similares, de esas que explotaron la saga de Karate Kid en los ochenta y noventa.
Y dicho, o escrito, todo esto,
creo haber dejado claro que Cobra Kai
sabe usar la nostalgia con inteligencia, contando una historia actual pero con
la esencia de la historia original, a la que continúa, incluyendo cameos,
referencias, o personajes vistos en la misma, que regresan a este maravilloso
universo creado por Robert Mark Kamen. Consigue además una épica nada forzada, como
ya he indicado anteriormente cuando he hablado de temporadas pasadas. No voy a
terminar este pequeño artículo sin compartir mi crítica con la cuarta
temporada, la cual me he visto de un tirón el pasado 31 de diciembre. Un plan
estupendo para el que fue el último día del año. Y sin spoilers.
CRÍTICA DE LA TEMPORADA 4
Todo lo que he escrito hasta ahora, se repite y continúa en esta cuarta temporada, estando al mismo nivel que las tres anteriores, lo cual ya es raro. Es habitual que muchas series comiencen, a partir de su tercera temporada, a caer poco a poco, pero no ha sido el caso. Por eso mismo no voy a poner de relieve todos estos elementos. Entrando, por lo tanto, ya en materia, la historia de la rivalidad de Daniel y Johnny tiene una pequeña pausa para enfrentarse a la escuela de Cobra Kai de Kreese. Se incorpora Thoman Ian Griffith como, de nuevo, Terry Silver, el villano de la tercera entrega cinematográfica. Silver es un gran personaje, y los guiones saben desarrollar su parte en la serie de una forma magnífica. Que no cunda el pánico, no voy a entrar en spoilers, ni desvelar nada.
Por otro lado, los jóvenes de la
serie, los alumnos, continúan sus propias historias mientras se desarrolla la
trama principal, el enfrentamiento de Miyagi-Do y la escuela del Colmillo del
Águila contra Cobra Kai en el campeonato de All Valley, el mismo que ganó
Daniel-san en la primera película. Todas las tramas mantienen el equilibro de
importancia, ya sea la relación entre Johnny y su hijo Robbie, Miguel y
Samantha, Samantha y Tory, Daniel y Johnny, Kreese y Johnny, Kreese y Silver…
todas las combinaciones posibles, añadiendo importancia al hijo pequeño de
Daniel, Anthony. El bullying, el
amor, la amistad… todo está en perfecto estado de armonía, cubriendo todo el
público objetivo posible.
A destacar la parte de Eli,
Halcón, siendo uno de los secundarios más importantes. Incluso su pelea en el
torneo es de las mejores. Mención aparte merece el giro final, que te recuerdo
que no voy a desvelar. Impactante y un auténtico cliffhanger de cara a la esperadísima quinta temporada, que si no
recuerdo mal, ya ha terminado de grabarse. Y respecto a las coreografías, lo
dicho, buenas, con una buena ejecución y espectacular, lo justo y necesario.
Quizás, como aspecto negativo, se nota todo algo más prefabricado, quizás por
estar Netflix detrás de ella, pero
Hurwitz, creador de la serie, y su equipo de guionistas, mantienen el nivel
anterior, lo cual equilibra todo bastante. En definitiva, una estupenda serie
que, si sigue manteniendo este nivel, o incluso un poco menos, se convertirá en
una de las mejores series que hemos visto, aunque parezca tener una temática
poco respetada por la crítica profesional.
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