CRÍTICA - TARUNG SARUNG (2020)

Cuando se habla de cine indonesio de acción y artes marciales, la mayor parte de la gente piensa en The Raid (2011) o Redada Asesina en español. Un enorme error ya que podemos rastrear este género en los años ochenta con la irrupción del experto en Taekwondo Barry Prima. Pero no voy a entrar a contarte el cine marcial indonesio, para eso ya tienes mi artículo sobre el tema en la página web de Dragonz, concretamente (aquí) Pero de lo que te voy a hablar es de una película de 2020, una especie de Karate Kid con Yayan Ruhian como el equivalente al Maestro Miyagi y que nos presenta una práctica deportiva que, además, da título al film, Tarung Sarung.


Aunque esto es la crítica de una película, en muchas ocasiones nos muestran aspectos de culturas ajenas a las nuestras, bueno, incluso de las nuestras, por lo que vamos a comenzar sabiendo algo más del arte marcial que veremos en pantalla en las casi dos horas que dura y que, por cierto, se pasan en un suspiro. Hablo del Tarung Dejarat, creado por Haji Achmad Dradjat en la década de 1960, mezclando técnicas de Silat con Boxeo, grappling y lucha callejera. En la película también se menciona el Sitobo Lalang Lipa, un duelo con cuchillos de algunas tribus indonesias que se realizan dentro de un sarong o sarung, una pieza de tela en forma de tubo similar a una falda o pareo que puede llevarse cubriendo el tren inferior, o incluso desde encima del pecho, sobre todo las mujeres. Y la unión de estas dos artes marciales hacen nacer el tarung sarung, un deporte sin armas, donde los dos contendientes, como en el lalang lipa, se encuentra dentro de un sarung, luchando en varios asaltos de unos 9 minutos y buscando el KO o ganando por puntos.

Y toca entrar en materia. La película comienza con un joven rico de Yakarta, Deni (Panji Zoni), heredero de una poderosa empresa, malcriado y chulito, cuyo comportamiento suele provocar problemas a su madre, por lo que ésta decidirá mandarle a su pueblo natal para darle una lección. Y aquí comenzará el argumento de Karate Kid, con Deni conociendo a una chica local, un grupo de malotes expertos y campeones de tarung sarung que se meterán con él al querer casarse el líder con la chica y un maestro de sitobo lalang lipa que le enseñará para que, finalmente, se enfrenten en un campeonato y así impedir que si gana el Sanrego (el villano), consiga el premio de 500 millones de rupias (poco más de seis mil euros) que usará como dote para casarse con la chica.

El desarrollo de la historia va a la par que el de la película del Maestro Miyagi, con varias secuencias iguales, como que el protagonista moje al villano (tirándole a un lago en vez de en la ducha), el prota huyendo, pero recibiendo una paliza y el maestro salvándole el pellejo. Y tenemos torneo final, claro está, aunque no una técnica como la de la grulla. Pero tenemos también algunas diferencias. Dani Ruso es un imbécil (más que LaRusso) pero va cambiando durante el metraje e incluso tenemos connotaciones religiosas. Recordemos que Indonesia tiene una gran mayoría de musulmanes, y nuestro protagonista es ateo, algo que irá cambiando durante su entrenamiento con el maestro Khalid, que está interpretado por el gran Yayan Ruhian, demostrando que es mucho más que el Mad Dog de The Raid.

El tono es ligero, tenemos secuencias de acción competentes, aunque no brillan como nos gustaría, quizás por ese acercamiento a Karate Kid, coreografiadas por Adjat Sudradjat y Ali Sukarno. De nuevo tenemos a un actor, Panji Zoni, modelo que debuta aquí como actor de largometrajes tras participar en alguna serie local, sin conocimientos marciales, aunque admito que se defiende mejor que Ralph Macchio. No deja de ser, en definitiva, una película entretenida, que consigue aportar las connotaciones culturales y religiosas a una trama ya conocida. Tenemos, por supuesto, escenas de entrenamiento que incluso recuerdan en cierta medida a otros films de Kung Fu, cargando agua, y el pasado del maestro Khalid, superviviente del lalang lipa pero que ha querido abandonar la lucha por un suceso del pasado. Todo ello narrado sin demasiados efectismos, y con algún que otro toque de humor con algunos personajes secundarios.

En un principio iba a estrenarse en cines, pero llegó la pandemia y terminó por salir directamente en Netflix, lo cual es una buena oportunidad para ver cine indonesio más allá del cine de terror o de las películas de Iko Uwais o Joe Taslim. Está claro que los que buscan ese cine marcial, no lo van a encontrar aquí, pero nos solemos tragar cine norteamericano muy similar e inferior y, sobre todo, ver a Ruhian es un papel muy diferente al habitual con momentos de lucimiento aunque no impacte tanto como en otros films y que incluso le consiguió el premio al mejor actor de reparto masculino en el Festival de Cine de Bandung, además del mejor guion para el film y con varias nominaciones más.

NOTA: 6

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