[CRÍTICA] - THE LAST KUMITE (2024)


La nostalgia está de moda. El cine de los ochenta y de los noventa vuelve con fuerza, ya sea a través de remakes, secuelas u homenajes. Y dentro de esta última categoría, los homenajes, se enmarca The Last Kumite, un proyecto de crowfunding escrito por Sean David Lowe y Ross W. Clarkson, siendo este último el director. Evidentemente, consiguieron el dinero para el rodaje y edición, y por fin ha salido en formato físico en Alemania, país productor, y podemos confirmar que tendremos estreno español con el título Su último combate de mano de A Contracorriente, saliendo el próximo 2 de julio en BR, pero sin saber si antes la veremos en streaming, ni en su propia plataforma, Acontra+, o en VOD, pero al menos tendremos edición física.

Michael Rivers (sí, tal cual, en español, Miguel Ríos…) es un luchador al que obligan a participar en el Kumite, un peligroso torneo de artes marciales organizado por Ron Hall (Matthias Hues), quien ha secuestrado a la hija de Rivers, además de a otras personas para obligar a determinados luchadores su participación en el Kumite. Nada nuevo bajo el sol, pero de eso se trata, volver a traer el mejor cine marcial de los ochenta y noventa para homenajearlo, mezclando estrellas actuales con iconos del género y con numerosos guiños.

Nuestro protagonista es Mathis Landwehr (aunque el papel se escribió pensando en Scott Adkins, cosa que por diferentes motivos no pudo ser) protagonista de la serie Lasko, el Puño de Dios (2009-2010), quien saltaría a la fama en 2005 con Desafío - El Último Aprendiz, pero que se mantendría en su Alemania natal como actor y especialista, sin conseguir lanzarse como estrella del cine marcial a nivel mundial, pero haciéndose un hueco entre el fandom. El gran Matthias Hues se reserva el papel de villano, Ron Hall, cuyo nombre hace una clara referencia al Ron Hall auténtico, experto en Kung Fu al que hemos visto en Full Impact (1993) de Gary Daniels o Bloodsport 2 (1996) de Daniel Bernhardt. Kurt McKinney (Retroceder Nunca, Rendirse Jamás), Billy Blanks (El Rey de los Kickboxers), Cynthia Rothrock (Yes, Madam!), Michel o Mohammed Qissi (Kickboxer) y su hermano Abdel (Lionheart, el Luchador) cubren el cupo de iconos recuperados, y tenemos que sumar a David Kurzhal (AKA Viking Samurai), David Yeung, hijo de Bolo Yeung y a Mike Möller, quien además es el coreógrafo de lucha.


Pero, ¿tener estos nombres es suficiente para tener una buena película? Es evidente que no, pero por suerte, sí es una buena película, con cosas mejorables, pero en general, cumple las expectativas. Tenemos la típica estructura del cine de torneos que revitalizó Van Damme con Contacto Sangriento (1988), es decir, un héroe obligado a luchar (en la de Van Damme era por el honor del Clan Tanaka, aquí para salvar a su hija), secuencias de entrenamiento con un misterioso maestro que tiene la clave para derrotar al invencible villano de turno, otros luchadores que se harán amigos del protagonista… Repito, todo esto está construido para homenajear, así que acudimos a lugares comunes de películas como Contacto Sangriento o Kickboxer, títulos emblemáticos del cine marcial ochentero, pero con otros guiños como Confrontación Decisiva (1993), con Blanks repitiendo como conserje experto en artes marciales, pero en localizaciones que recuerdan poderosamente a donde entrenaba Van Damme en Kickboxer.


La dirección es correcta, clásica, espectacular en las peleas, pero tampoco en exceso, y la edición está a ese mismo nivel, correcta. Otra cosa que repito es que es un proyecto de crowfunding, independiente, y aunque su director ha dirigido alguna cosa anterior con acción como Vixen (2018), necesita algo más de soltura para dejar un sello propio, pero no nos podemos quejar de cómo muestra las coreografías de Möller. Y hablando de las coreografías, el alemán consigue usar técnicas que veíamos en los ochenta y noventa añadiendo cierto dinamismo actual, pero sin demasiadas acrobacias. No estamos ante una nueva entrega de Boyka, así que ese tipo de técnicas son menores, pero bien equilibradas con el resto de técnicas, digamos más clásicas, adaptándose además a cada actor. Por ejemplo, McKinney, quien se ha prodigado poco en el cine marcial, y ya tiene una edad, cumple perfectamente en sus secuencias de lucha, sin necesidad de patadas voladoras como sí da Landwehr, pero creo que conseguir este equilibrio es todo un acierto, evitando que las nuevas generaciones que se acerquen a esta película, aunque no conozcan o sólo les suenen algunos nombres, se aburran o se quejen.


Tenemos por otro lado la música. La banda sonora original es de Paul Hertzog, compositor de las bandas sonoras de Contacto Sangriento, Kickboxer o Respirando Fuego (1991), y aunque se nota ese toque ochentero, admito que no me ha gustado demasiado en determinados momentos. Stan Bush interpreta dos temas, Running the Gauntlet y No Surrender, y su nombre te suena de cantar temas en otras BSO como Contacto Sangriento y Kickboxer (de nuevo) Ambos temas son bastante buenos, aunque no llegan a las cotas de Fight for Survive o Never Surrender. Por cierto, tenemos un guiño a la BSO de Retroceder Nunca, Rendirse Jamás en la primera pelea de McKinney, donde podemos escuchar el tema principal brevemente.


Respecto a las aportaciones del reparto, Landwehr, McKinney y la especialista y actriz Monia Moula forman el trío protagonista, los tres luchadores obligados a pelear que unirán fuerzas. Billy Blanks, que se llama Loren, en otro guiño a Loren Avedon, como he dicho, es el maestro que enseñará a Rivers cómo vencer al temible luchador, Dracko, interpretado por Mike Derudder. Quizás sea uno de los elementos más flojos. No tiene el empaque de los villanos de los títulos clásicos que homenajea, ni el carisma, pero marcialmente está a la altura de lo que necesitamos. Claro está que al ser su jefe Matthias Hues, se come con patatas a Derudder, aunque luche poco. Los Qissi salen poco, sobre todo Abdel, en algo más largo que un cameo, luciéndose ambos brevemente, más que Rothrock, cuyo personaje es importante para la trama, pero sin brillar mucho más allá de aparecer (al menos más que en la última de Van Damme). Tampoco han aprovechado mucho a David Yeung, hijo del mítico Bolo, como ya he dicho. Esperaba más de su participación aquí, pero bueno, algo es algo y tiene alguna pelea, pero igualmente no le han sacado partido más allá de ser quien es y de incluso copiar algún gesto de su padre de Contacto Sangriento. A Viking Samurai, o David Kurzhal, le vemos algo más, y se nota que su popularidad en redes le ha ayudado a conseguir un papel de mayor calado, aunque digamos que como actor aquí se le nota muy verde, pero igualmente cumple marcialmente.

David Yeung emulando a su padre

Y para ir terminando, voy a resumir, como suelo hacer en muchas ocasiones, lo que he intentado explicar aquí. The Last Kumite es un proyecto hecho por fans, para fans. A pesar de contar con profesionales delante y detrás de las cámaras, se nota que es un trabajo independiente, con poco presupuesto y pocos alardes técnicos, visualmente correcta, que se basa en el desfile de caras conocidas y en el nivel de las coreografías y peleas. Una carta de amor al género marcial de combates de las ya mencionadas muchas veces décadas de los ochenta y noventa, que podría ser algo mejor en aspectos técnicos, pero que consigue lo que se propone, ofreciendo una serie B de artes marciales de las que ya no se hacen, pensada para entretener y hacernos disfrutar en su hora y cuarenta y cinco minutos de una historia sencilla pero llena de peleas de calidad. Podría haber sido en la segunda mitad de los noventa una nueva entrega de Contacto Sangriento, introduciendo un nuevo protagonista en el mismo Kumite, pero el toque coreográfico moderno mantiene un pie en este siglo XXI y nos trae de vuelta a varias estrellas en su madurez, sin miedo a que esto se note ya que, al fin y al cabo, es también una forma de agradecerlos las horas de entretenimiento que nos dieron en la época del videoclub, a los que aparecen y a los que no, dándoles su lugar dentro del género y de la propia historia del cine, sobre todo al tratarse de un proyecto levantado por sus propios fans, una forma de devolverles brevemente lo que nos dieron. Y como parece que está teniendo éxito, no descarto que tengamos una secuela, con mayor presupuesto y que lime los pequeños aspectos negativos que he comentado, además de seguir incorporando nombres míticos de aquellos años, recuperando así la escasa serie B marcial que tenemos ahora, con los grandes nombres del género en un respetuoso resurgimiento como The Last Kumite.

NOTA: 6’9

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